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La Seducción de Sebastián

El día siguiente comenzó como cualquier otro para Emma Ruiz. Su reloj despertador sonó a las 7:00 a.m., y en cuestión de minutos, ella ya estaba vestida con su habitual atuendo profesional: una blusa blanca impecable, un pantalón de vestir negro y tacones discretos, sin adornos innecesarios. Tenía un compromiso con su carrera, y eso era lo único que importaba. Había dejado atrás los altibajos emocionales de sus relaciones pasadas, y ahora su objetivo era simplemente trabajar duro y avanzar en su vida profesional.

La idea de estar trabajando para uno de los hombres más poderosos de la ciudad, Sebastián Alarcón, nunca le había causado tanto revuelo como a otras mujeres. No le importaba su fama ni su reputación. Sabía que, como cualquier multimillonario, él solo veía el mundo como un conjunto de oportunidades y recursos a su disposición. Y para ella, no era diferente a cualquier otro jefe que había tenido en el pasado. Su deber era ser competente y cumplir con su trabajo, nada más.

Cuando llegó a la oficina, se dirigió a su escritorio sin detenerse ni un momento a pensar en lo que había sucedido el día anterior, cuando Sebastián había hecho aquella invitación a un café. Aquel gesto, aunque parecía amigable, solo le recordó lo frívolo y superficial que podía ser el mundo en el que él se movía. Sin embargo, Emma no estaba dispuesta a caer en su juego.

A pesar de todo, no pudo evitar notar cómo Sebastián la observaba desde su oficina, a través del cristal. Su mirada era fija, como un cazador que mide a su presa. Emma decidió ignorarlo y se centró en sus tareas, sabiendo que, al final, lo más importante era que su trabajo hablara por ella. No quería que él pensara que podía manipularla con un simple gesto o un par de sonrisas.

Sin embargo, la persistencia de Sebastián no conocía límites. Durante las siguientes semanas, cada día se acercaba un poco más. A veces, sus conversaciones eran breves, solo un par de palabras intercambiadas por los pasillos. Otras veces, se encontraba con él durante las reuniones, donde él, con su elegancia y encanto, no dejaba de lanzar comentarios casuales y bromas que, aunque no eran groseras, le hacían sentirse incómoda.

"Emma, ¿cómo va todo hoy?" le preguntó una mañana, mientras ella revisaba un expediente en su escritorio. Su voz era suave, pero con ese tono característico de quien está acostumbrado a ser el centro de atención. "Puedo ver que estás muy enfocada. Si alguna vez necesitas ayuda para desconectar un poco, ya sabes dónde encontrarme."

Emma no levantó la vista del expediente. Sabía exactamente lo que estaba haciendo: jugando con su tiempo, con su mente, con sus expectativas. Pero, al igual que cualquier otro hombre que había conocido antes, Sebastián no la intimidaba. En realidad, lo que le irritaba era el hecho de que él pensaba que ella podría ser solo otro desafío en su vida de juegos y conquistas.

"No, gracias, señor Alarcón. Estoy bien", respondió, con voz firme, pero sin levantar la cabeza.

La expresión de Sebastián cambió por un instante, como si hubiera notado el rechazo. Sin embargo, no era de los que se rendían fácilmente. Sonrió de manera casi imperceptible y se retiró, sabiendo que su siguiente movimiento tendría que ser aún más astuto.

Ese mismo día, a la hora del almuerzo, Emma salió de la oficina para tomar un descanso. En el ascensor, se encontró con Sebastián. Al principio, pensó que simplemente sería otro encuentro casual, una coincidencia, pero algo en su mirada la hizo dudar. Él la observó fijamente, como si estuviera calculando algo.

"¿Vas a salir a almorzar, Emma?", preguntó él, con una sonrisa encantadora que no dejaba lugar a dudas. "Te invito a un lugar cercano. Solo para hacer una pausa, no tiene que ser nada serio. Solo un almuerzo entre colegas."

Ella se detuvo en el umbral del ascensor, sintiendo que sus defensas se ponían a prueba. Sabía que debía rechazarlo, que su sentido común le decía que no debía ceder ante sus avances. Pero había algo en la suavidad de su tono, en su actitud relajada, que la hacía dudar. No era un gesto arrogante ni presionante, sino una invitación amistosa, sin segundas intenciones, o al menos, eso pensaba él.

"No, gracias. Prefiero ir sola", respondió rápidamente, antes de que pudiera pensar en alguna excusa más convincente. Emma apretó el botón del piso con firmeza, y en silencio, observó cómo Sebastián le sonreía, esa sonrisa que él sabía que tenía el poder de hacer que cualquier mujer cediera.

"Como quieras", dijo él, dándole un paso atrás y dejándola salir del ascensor sin insistir. Pero Emma sabía que esto no quedaría ahí. Sebastián Alarcón era un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería, y él no se iba a rendir tan fácilmente.

A medida que avanzaban los días, la presión de la apuesta comenzó a pesar sobre Sebastián. Cada gesto suyo hacia Emma parecía más calculado, y aunque sus avances no eran tan evidentes como él estaba acostumbrado, la resistencia de ella lo retaba de una manera diferente. No estaba acostumbrado a que alguien lo ignorara tan abiertamente, y eso lo estaba comenzando a fascinar. Había algo en ella que no se dejaba manipular, algo que desafiaba la naturaleza misma de sus juegos.

Emma, por su parte, continuaba con su rutina, sin caer en el pequeño juego que Sebastián había comenzado. Sabía que, tarde o temprano, su encanto se desgastaría, como siempre ocurría con los hombres como él. Sin embargo, a medida que pasaban los días, no podía evitar notar las miradas que él le dirigía. Esas miradas que, aunque parecieran inocentes y amistosas, estaban llenas de algo más. Algo que la desconcertaba, porque, por más que intentaba resistirse, había algo en su forma de ser que la atraía, aunque ella lo negara.

En una de las reuniones semanales de la empresa, mientras ella entregaba algunos informes a Sebastián, él aprovechó para acercarse más. Sus manos se rozaron por un instante cuando ella le entregó un documento, y la electricidad entre ellos fue inmediata. Emma sintió una pequeña chispa recorrer su cuerpo, pero rápidamente la ignoró, centrando su atención en lo que estaba haciendo.

"Parece que tienes todo bajo control, Emma", dijo él, con una sonrisa un tanto más cercana de lo habitual. "Me agrada que seas tan organizada. No muchas personas en este mundo lo son."

Ella lo miró fijamente, sabiendo que no podía dejar que sus halagos la afectaran. No estaba ahí para ser una presa fácil.

"Gracias, señor Alarcón. Hago mi trabajo lo mejor que puedo", respondió, manteniendo la voz neutral, pero firme. "Si me disculpa, tengo que continuar con algunos detalles."

Sebastián la observó alejarse, y aunque ella no lo sabía, esa pequeña resistencia solo aumentaba su determinación. El reto se había vuelto personal. No era solo una apuesta, era algo que no podía dejar pasar. Y, aunque ella no lo aceptara, él estaba comenzando a ver en Emma algo más que una simple secretaria.

A medida que la jornada avanzaba, la atracción entre ellos se volvía palpable, aunque ninguno de los dos estaba dispuesto a admitirlo. Y, sin saberlo, la guerra entre el orgullo y la seducción apenas comenzaba. Pero ya estaba claro: las reglas del juego se estaban estableciendo, y la lucha por el control de sus corazones y mentes sería más compleja de lo que ambos imaginaban.

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