Esa noche solo había silencio en el ático y una cena hecha por Amelia que no pudo ser servida. Máximo no había llegado y yo había perdido el apetito.
—Buenas noches, mi niña. —Se despidió ella con una sonrisa y apagó las luces del vestíbulo, dejándome sola en el salón.
Amelia iría a ver a su hijo y el siguiente día era domingo, por lo que sus días de descanso eran los míos de inquietudes.
—Buenas noches… —Susurré bajito una vez que las puertas del elevador se cerraron.
Subí a mi habitación buscando el consuelo dentro de la ducha. El agua fría resbaló de pronto por mis hombros, pechos y caderas, arrastrando consigo los restos de una ansiedad que se había instalado en la boca de mi estomago durante las últimas horas.
“mantiene una relación aparentemente en