18. Una noche inolvidable

Esa noche solo había silencio en el ático y una cena hecha por Amelia que no pudo ser servida. Máximo no había llegado y yo había perdido el apetito.

—Buenas noches, mi niña. —Se despidió ella con una sonrisa y apagó las luces del vestíbulo, dejándome sola en el salón.

Amelia iría a ver a su hijo y el siguiente día era domingo, por lo que sus días de descanso eran los míos de inquietudes.

—Buenas noches… —Susurré bajito una vez que las puertas del elevador se cerraron.

Subí a mi habitación buscando el consuelo dentro de la ducha. El agua fría resbaló de pronto por mis hombros, pechos y caderas, arrastrando consigo los restos de una ansiedad que se había instalado en la boca de mi estomago durante las últimas horas.

“mantiene una relación aparentemente en

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