Lo hace reflexionar y se separan del abrazo, Ale se gira hacia la puerta y yo me alejo, era una conversación privada y yo los había espiado, sin embargo, él me alcanzó y corre a abrazarme.
—Perdona mi ausencia. —me dice.
—Ale, está bien... —me interrumpe.
—No está bien, no he creado recuerdos suficientes, costumbres en las que mis hijos puedas pasarle a mis nietos, perdóname —me pide.
—Te amo Ale, perdóname tú por querer hacer todo sola.
Nos separamos del abrazo y me besa.
—¿A dónde crees que llegue el cuerpo?
—A la madre de Agustín, ella vive en Mendoza.
—Entonces vamos. ¿Es muy lejos?
—En avión casi dos horas, en auto, 12h.
—Espero que podamos encontrar vuelo. —digo pensativa, pues entiendo que todo debe ser planificado—. Le pediré a mis padres que se queden con los niños y yo te acompaño.
Propongo y él niega.
—Vamos todos Sam.
Yo asiento y ambos nos ponemos en marcha, llamo a los padres de los amigos de Matteo para que vengan a busacrlos, aunque algunos tuve que llevarlos, mientras