Las puertas de la mansión se cerraron detrás de nosotros con un golpe seco que resonó en las paredes. El silencio del vestíbulo, antes tan familiar, ahora me resultaba opresivo.
Nunca le había ocultado nada a mi padre, esta era la primera vez que hacía algo a sus espaldas. Y no pude evitar sentir una presión en el pecho por eso.
—Papá, por favor, déjame explicarte —Comencé a decir, sintiendo mi voz extraña, ajena. Jamás me imaginé que le ocultaría un novio a mi padre. Y mucho menos que me encontraría en una posición tan comprometedora—. Lo que viste no fue… No es lo que piensas. Frederick y yo…
—¡Basta! —Su grito cortó el aire, tan estridente que di un paso atrás—. ¡No quiero oír ese nombre en esta casa! ¿Estás ciega, Charlotte? ¿No ves lo que es? ¡Un don nadie! ¡Un trepador que solo busca acercarse a ti por lo que puede conseguir!
Sus palabras me golpearon con la fuerza de un puñetazo. No era solo su tono, era el odio puro en sus ojos, una emoción que jamás había dirigido hacia mí.