El corazón me latía con fuerza mientras abría la puerta de ese apartamento barato que alquilé precisamente para escenarios como este. Sabía que en algún punto, pediría ver dónde vivo y yo no podría evitarlo por mucho.
El lugar era humilde, con muebles sencillos comprados en una tienda cualquiera. Nada de marcas, ninguna clase de diseño especial, todo minimalista. Cada detalle era parte del personaje.
Charlotte entró con una curiosidad que me desarmaba. Sus ojos verdes recorrieron la pequeña sala, y yo contuve la respiración, esperando una señal de decepción. En cambio, sonrió.
—Es tan… acogedor —dijo y noté que sus dedos acariciaban el brazo del sofá—. Todo está impecable, parece nuevo, como si nadie lo hubiera usado.
Sentí que una grieta se abría en mi fachada.
Maldita sea. Ese pequeño detalle se me pasó por alto. Los compré pensando que se veían de estética humilde, pero se me olvidó que lo más sensato era comprarlos usados.
Tenía razón, los muebles estaban impecables, ni una ma