Sentía que no podía respirar. Esa puerta abierta de par en par no era una puerta; era un abismo, una pesadilla hecha realidad. El terror en carne viva.
—¡Jesús! —El grito desgarrado salió de mi garganta antes de que pudiera pensar.
Frederick me empujó suavemente pero con firmeza, entrando primero al penthouse. Su cuerpo, tan seguro y dominante segundos antes, estaba ahora tenso como un cable de acero.
—¡Jesús!—rugió su voz, que ya no era la de un hombre despreocupado y con el mundo a sus pies.
Yo corrí detrás de él, mis ojos escudriñando cada rincón de la sala de estar, debajo de la mesa, detrás del sofá. Nada. Solo el silencio y el eco de mi corazón latiendo a un ritmo frenético.
¿Qué habíamos hecho? ¡Todo por una maldita escena de celos! ¡Mi bebé!
No podía respirar, no podía pensar. Sentía que me estaban robando la vida y no podía hacer nada para impedirlo.
—¡No está! ¡Frederick, no está! —Mi voz era un chillido de terror. Las lágrimas nublaron mi visión instantáneamente, calien