Me dolía todo. No había parte de mi cuerpo que no estuviera sensible o palpitante. Los músculos me crujían al moverme sobre las sábana. Un gemido leve escapó de mis labios. Cada centímetro de mi piel parecía recordar la intensidad posesiva de Frederick la noche anterior.
Me cubrí por completo con la sábana, deseando fundirme con la cama y desaparecer un rato más. Aún podía sentir sus manos sobre mi piel, su lengua, sus labios.
A través de la tela, escuché una risa. Era una risa baja y ronca, seguida de un gorjeo alegre que reconocí al instante. Bajé la sábana lo justo para ver.
Frederick estaba de pie junto a la ventana, con Jesús en brazos. Solo llevaba los pantalones de pijama, su torso desnudo mostraba los músculos definidos que, anoche, me habían sometido y reconfortado a partes iguales. Jesús, en cambio, estaba impecable en su pequeño conjunto de bebé, tirando del collar de acero que Frederick llevaba colgado en el cuello. Frederick reía, haciéndolo saltar suavemente, tan fr