Miguel seguía aferrado a mi brazo, su peso apoyándose en mí, su respiración entrecortada por el alcohol. Parpadeé varias veces, creyendo que tal vez estaba teniendo una alucinación.
—Por favor, muéstrame la cicatriz —Volvió a pedir.
¡Definitivamente no estaba alucinando!
—¿Estás borracho, Miguel? Deja de bromear —dije, intentando que mi voz sonara firme, pero salió como un hilo de voz. Intenté liberar mi brazo, pero sus dedos se cerraron con más fuerza.
—No es una broma —insistió. En sus ojos vidriosos vi un destello de obsesión que me heló la sangre—. Nunca quise estudiar paisajismo. Quería medicina, pero no promedio no fue de ayuda. Siempre me apasionó, todo lo que tuviera que ver con el cuerpo humano. Y nunca… Nunca he podido ver una cicatriz de cesárea de cerca.
Su explicación era tan absurda que me dejó sin palabras. No era lujuria lo que veía en su mirada, era una curiosidad macabra, casi académica, pero eso no lo hacía menos aterrador. La incomodidad se transformó en un