••Narra Arturo••
—¡Mierda! —maldije entre dientes, abrochándome el pantalón a toda prisa. Mis dedos, usualmente tan ágiles para desarmar una amenaza o manejar un arma, se sentían torpes y temblorosos—. ¡Maldita sea, otra vez!
El eco de la puerta al cerrarse de golpe aún resonaba en la habitación, igual que el latigazo de pánico que me recorría la espina dorsal. La segunda vez. Era la maldita segunda vez que nos pillaban. Primero había sido Charlotte, meses atrás, buscándome a Willy. Y ahora Frederick, apareciendo como un espectro en mi propia habitación. ¿Acaso la palabra privacidad no existía en esta mansión de hierro?
Claro, todo era culpa mía por no echar el maldito seguro. Pero, ¿en serio tenía que vivir encerrado bajo llave en mi propio cuarto?
Definitivamente, me mudaría. Solo vivía acá por el trabajo, pero tranquilamente podría comprarme mi casa sin ningún problema. Plantearía esa idea pronto, venir a trabajar con horario establecido. Así Willy y yo podremos estar tranquilo