Todo ocurrió en un parpadeo. Frederick entró en la habitación como un huracán. Sus ojos parecían dos iceberg, por la cantidad de frialdad que reflejaba.
El individuo se reincorporó rápido, pero fue inútil. Mi exesposo lo arrojó contra el espejo de cuerpo completo, rompiéndolo en millones de pedazos.
—¡Frederick! —grité, más por la sorpresa que por ayudar a ese imbécil.
No soy un ángel caído del cielo y ese hombre se merecía lo que le estaba sucediendo.
Me mantuve en silencio, observando como mi exesposo lo pateaba en el estómago una y otra vez, para después pisarle la nariz.
Cerré los ojos con fuerza al ver el primer hilo de sangre salir de la boca del abusador. Podía escuchar el sonido del chapoteo de sangre, el sonido de huesos rompiéndose.
—¡Maldito bastardo, me encargaré que jamás le puedas volver a poner una mano encima! —rugió.
Después de varios segundos que parecieron eternos, los golpes se detuvieron. Abrí los ojos lentamente, encontrándome al hombre inconsciente, con e