Mi corazón mis pulmones, ¡todo! Sentía que cada órgano de mi cuerpo había dejado de funcionar mientras observaba a aquellos dos hombres retorciéndose en el piso, inmóviles. Ninguno decía nada, ni siquiera podía observar que respiraran.
¿Qué pasó? ¿Quién había sido herido? ¿Los dos? ¿Estaban vivos?
En mis oídos, aún resonaba el disparo y el olor a humo invadió mi nariz.
Y entonces, uno de los cuerpos se movió.
Charles Can se incorporó con un quejido, tambaleándose hasta quedar de pie. Se pasó una mano por el rostro, luego se revisó, como si no pudiera creer que estuviera intacto. No había ni un rasguño en él.
Mi vista, nublada por las lágrimas, se desplazó hacia el otro cuerpo. El que yacía boca arriba, quieto, demasiado quieto.
Papá.
Un grito ahogado se escapó de mis labios. Debajo de él, un charco oscuro y grueso comenzaba a extenderse por el suelo de madera, traicionero y brillante a la luz tenue de la habitación.
—¡No! —El grito fue débil, apenas un susurro ronco, como s