El mundo se redujo al sonido del seguro del arma siendo retirado. Un clic metálico, seco que cortó la atmósfera cargada de la habitación como un cuchillo. Charles se paralizó, su mano pecaminosa suspendida en el aire a centímetros de mi rostro. El horror en sus ojos era real, palpable.
Yo seguí la dirección de su mirada, mi corazón golpeando mi pecho con tanta fuerza que sentía que iba a romperme las costillas.
Allí, en el marco de la puerta, estaba mi padre.
Klifor Darclen. Su rostro estaba descompuesto por una rabia que nunca antes le había visto. Una furia primitiva y protectora que hacía que sus facciones, usualmente serenas y calculadoras, parecieran las de un extraño. En su mano firme, sostenía un arma. La punta del cañón apuntaba directamente al centro de la frente de Charles.
—Papá… —Logré susurrar, pero el sonido se perdió en la tensión que llenaba la habitación.
Charles se recuperó lentamente, bajando la mano. Una sonrisa tensa, nerviosa, se dibujó en sus labios.
—Klifor, am