Sostener la carpeta contra mi pecho era sostener un futuro, una posibilidad que pensé ya no podría tener.
Frederick permaneció rígido al principio, sorprendido por mi impulso, por la invasión repentina de su espacio personal. Pero luego, como un glaciar derritiéndose bajo un sol inesperado, sentí cómo la tensión abandonaba sus músculos. Un brazo rodeó mi cintura, anclándome contra él, mientras la otra mano se elevó lentamente, sus dedos entrelazándose con los míos que aún aferraban la carpeta. No dijo nada. No necesitaba hacerlo. El silencio compartido, la forma en que su pecho subía y bajaba, fuerte y rápido, hablaba más que mil palabras.
Moví mi rostro, enterrando mi nariz en su cuello, acariciando su piel con delicadeza, justo donde la fragancia era más fuerte. Me resultaba embriagador.
De repente, un gruñido ronco rasgó el aire tranquilo.
—Maldita sea, Charlotte —maldijo, su voz un susurro áspero contra mi cabello.
Antes de que pudiera reaccionar, deshizo nuestras manos entrela