••Narra Miranda••
Golpeé a la sirvienta con la muleta, justo en el tobillo. Se movió de lugar al recibir el impacto, pero no se quejó. Mantuvo la cabeza baja mientras lloraba.
—¡Eres una maldita inútil! ¡Te di una sola tarea!
—Lo siento, señora… Pero no podía hacerlo —Negó con la cabeza, sin atreverse a verme.
—Te pagué el triple. Te dije exactamente cómo hacerlo. Un polvo inodoro, insípido… ¡Maldita sea, hasta te di el té negro que a esa zorra le gusta beber! —Golpeé el suelo con la muleta. La sirvienta, cuyo nombre ya se me había olvidado, pero que en realidad no me importaba, se sobresaltó—. ¿Y qué haces? ¡Derramarlo como una niña asustada!
Sus lágrimas me dieron náuseas.
«Lágrimas de cucaracha»
—E-Ella me miró… —tartamudeó—. Como si… como si supiera. Y el señor Lancaster… Si descubre que fui yo…
—¡Frederick no descubrirá nada! —rugí. El solo nombrarlo hizo que un escalofrío mezclado de deseo y odio me recorriera—. Porque tú vas a terminarlo. Hoy. —Abrí el cajón superior de