Las palabras se reprodujeron una y otra vez en mi cabeza mientras veía a la rubia oxigenada sonreír con satisfacción.
—¿Qué oferta de matrimonio? —dije en un hilo de voz, mirando a Frederick.
Él parecía restarle importancia a la situación, cortando un panque a la mitad con precisión quirúrgica.
—La que le hizo mi padre el día de ayer y él no la rechazó. Al contrario, dijo que lo pensaría —dijo cada palabra con lentitud, sin dejar de verme.
Él comentario de Miranda resonaron en el comedor como un disparo en una galería de espejos. Todo el aire se espesó de repente. El tintineo del tenedor de Willy al caer sobre el plato sonó obscenamente fuerte. Arturo se transformó de estatua vigilante en centinela de batalla, sus dedos tensándose imperceptiblemente cerca del arma que siempre llevaba bajo la chaqueta. Hasta Cenizas dejó de lamerse la pata, sus ojos atigrados clavados en la intrusa.
Mi propio corazón se detuvo, luego arrancó a galopar contra mis costillas. La tostada que acababa de