54. Una brisa salada
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Ryder
La brisa salada me golpeó apenas bajé del helicóptero. El sol se filtraba entre las palmeras, y el sonido del oleaje de fondo contrastaba con el martilleo de mis pensamientos.
Una semana. Una maldita semana sin verla.
No supe si dolía más no saber nada de ella, o saber que ella no quería saber de mí.
Caminé por los jardines del complejo hasta que el sonido de una risa —una risa que conocía bien— me hizo detenerme. Levanté la vista y la vi.
Seraphina.
Estaba sentada en una tumbona frente a la piscina, envuelta en una bata de lino blanco, dejando sus esbeltas piernas al descubierto, su cabello recogido en una trenza floja que caía sobre un hombro. Había algo distinto en ella. Su expresión, por primera vez en días, no era de tensión o cansancio. Sonreía. Una sonrisa real. Cálida. Serena.
Y frente a ella, con los pies descalzos tocando el borde del agua, Noelia hablaba animadamente, gesticulando como si estuviera contando una anécdota particularmente divertida. Seraphina la mirab