Los guerreros se adentraron en la manada azul, y un estallido de aplausos y festejos les dio la bienvenida. Las hermanas, al divisar a sus padres, no pudieron contener la emoción y corrieron hacia ellos para abrazarlos.
—Hijas, ustedes son mi mayor tesoro, y estas tierras no encuentran mejor protección que la que ustedes brindan —vociferó Danna, con sus ojos llorosos, reflejando la felicidad que le embargaba.
—Somos las guerreras que somos gracias a ustedes; ustedes son nuestro faro, nuestro ejemplo a seguir —manifestó Eda, apartándose de su padre y sosteniendo a Mateo en sus brazos.
Perseo, al divisar a sus hijos, avanzó hacia ellos con paso firme. Eulio, al ver a su padre, se le lanzó con una sonrisa desbordante mientras balbuceaba emocionado.
—Papaaa… yo quiero a papaaa…
Perseo envolvió a su hijo en un abrazo, y unas lágrimas silenciosas resbalaron por sus mejillas. En el momento de su captura, jamás habría imaginado que experimentaría de nuevo el cálido consuelo de abrazar a sus p