Capítulo 5
Cuando Elsa recuperó la conciencia, ya estaba acostada en una cama de hospital.

Diego, sentado junto a ella, escribía en su portátil. Como si lo hubiera presentido, alzó la vista justo cuando los ojos de ambos se cruzaron.

Suspiró apenas, casi sin que se notara. Pero su voz seguía igual de fría:

—¿Se siente bien que te humillen? Ojalá esto te sirva de lección. La próxima vez, mantente lejos de Olga.

Elsa giró la cabeza hacia la pared. No respondió.

Una lágrima le bajó por la mejilla, silenciosa, terca.

En otro tiempo, había creído que Diego era su refugio. Su salvación.

Pero ahora... ¿en qué se diferenciaba él de quienes más la lastimaron?

Diego la observó en silencio. Algo en su expresión apagada, en la forma en que apretaba la manta con los dedos vendados, le revolvía el pecho.

Sabía que ella había atacado a Olga, guiada por los celos. Y aun así...

Algo dentro de él no terminaba de calmarse.

La idea de verla así, tan rota, tan sola, le generaba un malestar que no sabía explicar.

Justo en ese momento, una enfermera entró con prisa.

—Señor Ramos, el aire acondicionado de la habitación de la señorita Olga dejó de funcionar.

Diego frunció el ceño, molesto.

—¿Y no pueden arreglarlo? ¿Por qué me vienen con eso?

—Ya lo reportamos, pero el técnico llegará en una hora. Y la señorita no para de temblar. Dice que tiene mucho frío. Además, no hay otras habitaciones disponibles…

Al escucharlo, Diego se levantó de inmediato.

—¿Una hora? Olga tiene la salud muy delicada. No puede pasar frío. Que Elsa le ceda su cuarto. Háganlo ya.

—Pero... —la enfermera vaciló, mirando con preocupación a la chica en la cama.

Elsa acababa de sobrevivir por poco a una reacción alérgica severa.

Sus vías respiratorias estaban inflamadas, el estómago dañado.

Un error más y no saldría viva.

Olga, en cambio, solo había comido una rebanada de pastel con nuez.

Un par de inyecciones y estaba bien.

Pero eso, a los ojos de Diego, no parecía importar.

—¿Qué están esperando? Si a Olga le pasa algo, este hospital se va a meter en un buen lío.

Con esas palabras, no hubo nada más que decir.

Minutos después, Elsa fue trasladada a la antigua habitación de Olga. Diego la acompañó sin mirar atrás.

Elsa quedó sola, acostada, mirando al techo sin pronunciar palabra.

Repasó todo lo que había pasado.

Y cuando por fin se sintió completamente sola, las lágrimas que había contenido durante horas se desbordaron.

Lloró en silencio, hasta que un escalofrío le recorrió la espalda.

Parpadeó, confundida, y volteó hacia el origen del frío.

El aire acondicionado seguía encendido, lanzando ráfagas heladas contra su cuerpo.

Entonces lo entendió todo.

El aire nunca estuvo descompuesto.

Olga había mentido.

Había planeado todo para sacarla de su habitación.

Para dejarla expuesta, vulnerable, indefensa.

Era su forma retorcida de vengarse.

La temperatura bajaba cada vez más.

Elsa sentía el frío colarse en sus huesos.

Los dientes le castañeteaban.

Intentó llamar a alguien, pero la garganta inflamada no le dejaba emitir sonido.

Quiso presionar el botón de emergencia, pero el brazo no le respondió. Cayó a medio camino, inerte.

Acurrucada bajo la sábana, temblando sin control, solo le quedaba aferrarse al poco calor que aún conservaba.

No sabía cuánto tiempo había pasado.

Pero cuando al fin alguien entró a la habitación, forzó los ojos para enfocar...

Y lo primero que vio fue la sonrisa torcida de Olga.

—Vaya, Elsa… mírate. Pareces un perro callejero.

—¿Sabías que Diego hizo todo esto por mí sin dudar? Tus fotos están por todos lados. Se están burlando de ti.

—Ah, casi lo olvido... Me llamó una productora de cine para adultos. Dicen que quieren que seas la protagonista de su próxima película. ¿No es maravilloso?

Soltó una carcajada larga, seca, que rebotó en las paredes frías del cuarto.

Cuando se cansó de reír, se acercó a Elsa y le apretó con fuerza la parte más inflamada del brazo.

La herida se abrió de nuevo, la sangre brotó sin resistencia.

Elsa sintió que todo se oscurecía.

—¿Ya lo entendiste? Diego me ama a mí. No a ti.

Hazle un favor al mundo. Acepta que tu mamá fue la otra. Y desaparece. Solo verte me da asco.

La luz en los ojos de Elsa se apagó poco a poco.

En su lugar, solo quedó un hueco. Un silencio absoluto.

¿Desaparecer? Lo haría. Muy pronto.

Y esta vez, sería para siempre.
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