Capítulo LXXIII

—Buenas noches, Edward, sé que no dormirás muy bien, igual yo, mis pensamientos se quedaron en ese lugar, cuando vi aparecer a esa mujer sabía que lo cambiaría todo.

—¡No serán buenas para nada! Me estás echando de mi casa, ¿piensas que tú tienes más derecho que yo? En este problema, tú cometiste el mismo error, me fuiste infiel con ese mal nacido, ahora la culpa es solo mía.

—¡Ya te lo expliqué todo! No me enamoré de ese hombre, creo no entender en aquel crucero, todo perfecto, la fiesta nuestros veinte años de estar amándonos, juntos cómo lo prometimos delante del aquel altar, juramos ser fiel uno del otro.

—Pam, mi amor, lo sé y estoy sumamente arrepentido, ¿qué le diré a las niñas? —comentó Edward con los ojos llenos de lágrimas suplicando a su esposa.

—¡Puedes hablarle de un largo viaje! Por ejemplo, o más bien coméntale sobre tu amante, diles la verdad.

—… Y tú, la tuya, no me estoy justificando, pero por una joya no se debe perder la dignidad. A pesar de amarte tanto Pamela por
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