Capítulo II

—¿Tomaste mi collar?

—¿Cómo se te ocurre preguntarme eso? ¿qué estás insinuando? Si yo te lo di. Pudo haberse caído en la oscuridad, con los tropiezos. – respondió en tono alterado, poco usual en él.

Sorprendida, lo abrazó y rompió en llanto. Él intentó consolarla para evitar que perdiera el control. Ella miraba de un lado a otro, como buscando un culpable, entretanto, sintió en su hombro la mano de un hombre que, al darse la vuelta, descubrió que se trataba de su gran amigo Ascanio Serutti.

—¡Hola Pamela! ¿qué ha pasado? – saludó con naturalidad.

—¿Qué haces tú aquí? – reclamó.

— Negocios. Ya me enteré que estás celebrando. –

—¿Cómo te enteraste? – preguntó incrédula.

— Me lo dijo un pajarito, o en este caso, una pajarita. – rió sarcástico.

— Y ella ¿no tiene nombre? –

— Ya, dejemos eso. –

Ascanio era un hombre de armas tomar, ambicioso y suspicaz. Con cierta debilidad para los negocios turbios, siempre estuvo enamorado de Pamela, desde la universidad. Sin embargo, ella lo veía como un amigo, de esos que están en las buenas y malas. Pero esta vez estaba confundida, no sabía en qué lugar estaba.

—¿Qué sucede? – insistió.

— Acabo de perder el regalo que me dio Edward. – respondió sollozando.

— Ah, debe ser de mucho valor, para que te encuentres tan alterada. –

— Sí. Es de mucho valor, pero sentimental, por nuestro aniversario de boda.

— Ya aparecerá, no te preocupes. ¿Avisaron a la seguridad del barco? – dijo frotando su hombro.

— Creo que sí. – contestó, con más calma.

Edward solo observaba las atenciones de aquel hombre que quizás vio alguna vez, pero se le imposibilitaba recordar. Se acercó.

—¿Lo conozco? ¿Es usted amigo nuestro o más bien de mi esposa? – preguntó con mal tono.

— Pues como lo ve, sí lo soy. Tenemos mucho tiempo conociéndonos, y a usted también ¿no me recuerda? – respondió de forma irónica.

Lo miró por un instante.

—¡Claro! Eres el hombre que siempre andaba tras las faldas de mi esposa. O no solo de ella, sino de todas las chicas que solían estar a su alrededor – mofó.

Ascanio hizo poco caso al comentario de mal gusto, dirigiendo su mirada a un lado, notando que se acercaba su prometida, Camila. Se acercó luego de hacerle una seña a su novio.

— Edward, Camila. Camila, Edward – acompañando sus palabras con un gesto. Ya conoces a la anfitriona, no tengo que presentarlas.

— Ya la saludé lo que no sabía era que estaban juntos. – refutó Pamela.

— Nos enamoramos, fue como una chispa. Ella es muy hermosa ¿no te parece, Edward? – dijo Ascanio poco sorprendido.

—¡Salud! Por todos y para todos. – exclamó Camila con una copa de champagne en sus manos dirigiéndose a Pamela.

— Estoy preocupada por mi valiosa prenda, no estoy para brindis. – respondió de forma cortante.

Llegado el momento de la requisa, y con mucha vergüenza los pasajeros criticaban el momento, era algo de lógica que alguien había tomado el collar, pero la pregunta que todos se hacían era “quién haría eso”. Reunieron a todos y la joya no apareció.

— Acompáñame a mi habitación, no me siento muy bien. – dijo Pamela a su amiga. La cual aceptó con mucho gusto.

— Caminaron hasta su aposento y la dejó allí, regresándose al salón. Camila quería seguir disfrutando de la velada a pesar de lo sucedido. Ascanio charlaba muy ameno con sus conocidos, vaya usted a saber qué se traía entre manos, mientras el barco estaba por atracar en la Islas de Las Bahamas, el trayecto pareció más corto. Entretanto, algo surgió de las aguas marinas, con muchas luces de colores que sorprendió a la mayoría de los pasajeros que se encontraban en la cubierta. Los colores eran muy intensos, haciéndolos sentir extraños, como si les permitiera ver todo diferente, parecían haber enloquecido. Los músicos comenzaron a tocar melodías sin llevar un ritmo específico, ya habían desaparecido de la vista de los espectadores, sin embargo, nadie explicaba por qué de repente algunos estaban abrazados en pleno salón, uno de los mesoneros comía y bebía de su bandeja sin control. Definitivamente algo no estaba bien.

Pamela que ya se encontraba mejor, salió en busca de Edward, pero no logró encontrarlo. Preguntándose dónde estaría, aun aturdida. En aquel momento las cosas no estaban muy claras, pues buscó también a Camila y no dio con ella.

—¿Por qué tan sola? – preguntó Ascanio de buena forma y educadamente al verla.

— No lo sé, estoy buscando a mi esposo. – contestó con voz quebradiza.

—¿A tu esposo? 

—Sí ¿o crees que te estaba buscando a ti? No tengo nada que ver contigo. -

— En otros tiempos sí tenías que ver ¿recuerdas aquellos días en esa cabaña donde nos amamos sin control alguno? ¿ya no te acuerdas cómo te entregaste a mí? ¿cómo rosabas mis labios sin decir nada? Solo se escuchaban tus gemidos, y yo creí que me amabas, pero no. Para ti fue diversión, y nada más. Yo, sin embargo, quedé totalmente enamorado de esa noche, pero mucho más de ti. –

Ascanio era un hombre muy guapo y razonable. Pamela nunca vio eso en él, solo lo negativo, quizás como todo. Las personas cambian con el tiempo. En ese momento se sintió muy confundida, pues prácticamente estaba recordando todo lo que sucedió entre ellos, el encuentro amoroso que vivieron, para ver cómo reaccionaba, aprovechando el instante en el que se encontraba más vulnerable, apagada y triste.

Pamela le dio un abrazo a su gran amigo, como lo llamaba desde siempre, pero él no perdió la oportunidad para llevarla a su camarote, disimulando para no llamar la atención. La tomó entre sus brazos, rosando sus labios nuevamente, colocándola suavemente en el lecho, olorosa y enorme, previamente adornada con pétalos de rosas blancas y rojas, pues él sabía que eran sus colores favoritos. La habitación estaba repleta de flores, desprendiendo el aroma, perfecto para la ocasión. Lo había preparado todo. Se entregó a sus brazos, sollozando mientras abrazaba y acariciaba con locura a su amigo. Por un momento dejaron atrás lo ocurrido, entregándose al amor. Se sentían como si algo los hubiese drogado, quizás podría atribuirse a las luces que tocó muchos corazones secos de ilusión y pecados decorosos.

Mientras, en otro camarote, pasaba algo similar. Camila y Edward habían conversado, detonando una atracción parecida a un flechazo. Solo se miraron y ambos sabían que esa mirada ocultaba deseos de tener la mejor noche, el mejor placer y la más inigualable aventura.

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