—Son mis nietos.
Jean suspiró. Sabía que tarde o temprano, por esos niños, tendrían que tolerarse.
—Te avisaré cuando nazcan. Ahora no entres a echarle sal a la herida.
Los minutos pasaban lentos. Evelyn se sentó en la sala, con los brazos cruzados. Los padres de Leo y Jean se mantenían al margen, con expresiones duras, aunque se movían inquietos en sus asientos. El silencio era espeso.
En el fondo, por encima del rechazo, del desprecio contenido, existía una verdad inevitable: los nietos que estaban por nacer serían parte de sus vidas, lo quisieran o no.
El dolor era insoportable. Zendaya apretaba con fuerza la mano de Leo, mientras Jean entraba con bata y mascarillas puestas para sostener su otra mano, ambos a los lados de la camilla mientras preparaban todo en la sala de partos.
Todos se tensaron cuando llego el doctor y les dijo que empezarian.
Horas despues el ambiente cambio.
—Vamos, Zendaya… ya casi, ya casi mi amor —murmuraba Jean, dándole un beso en la frente.
—Resiste, preci