Me escondí temblando de frío en el antiguo altar, detrás de un gran árbol, observando en silencio cómo el Alfa, mi pareja predestinada, Anderson Muñoz, le entregaba a Leah López una corona de plata muy delicada, que solo pertenecía a la Luna de la manada. La joven sonreía, con lágrimas de alegría en los ojos, mientras se inclinaba para que Anderson la coronara. Él la abrazó y luego se prestó a besarla con pasión, ignorando las miradas que se posaban sobre ellos.

El beso fue tan largo que duró veinte minutos. Anderson no la soltó en su efusión hasta que la sonrojada Leah le dio unas palmaditas en el pecho por la falta de aire.

El viento frío corría por el altar, sacudiendo las pequeñas ramas del viejo árbol. Finalmente, caí en cuenta de que, bajo la luz de la luna sagrada, todos los compañeros de mi manda estaban presenciando aquel beso.

Mi hermano, Rhys Pérez, a quien había protegido arriesgando mi propia vida, era el presidente de esta ceremonia de herencia. Vestido con una delicada túnica que llevaba el símbolo de nuestra manada, su mirada se fijó en nuestra hermanastra, Leah, sin recordar cómo ella y su madre casi nos habían matado en el centro de corrección: nos pincharon con agujas, nos dieron electrochoques, nos ahogaron con agua e incluso intentaron quemarnos vivos… No obstante, parecía que mi querido hermano había olvidado todas esas experiencias horribles. En su lugar, anunció a todos en voz alta:

—Hoy, en este momento sagrado, presenciamos juntos la unión de las dos almas. ¡Démosles las mejores bendiciones a nuestro poderoso Alfa, Anderson Muñoz, y a la muy inteligente Luna, Leah López! La perfecta unión nos llevará a un futuro brillante. A partir de ahora, no solo serán nuestros dirigentes, ¡sino que también serán el símbolo de la Manada Escarcha!

Tras su discurso, todos los compañeros empezaron a bailar alegremente alrededor de la pareja. Entre los felices aullidos, Anderson y Leah hicieron su promesa a la Diosa Luna con las manos entrelazadas. Cuando terminaron el rito, Rhys se excitó al máximo y gritó a todo pulmón:

—¡Que pasen una noche de locura!

Me hundí en la desesperación, y mi loba aulló doliente. Le hice una llamada a Rhys, quien había prometido que estaría a mi lado protegiéndome para siempre. Pero, al ver mi nombre en la pantalla, mostró un odio desmesurado y colgó la llamada sin dudar. Entonces, intenté llamar a mi prometido mientras lo observaba a través de la ventana. Su expresión se oscureció de inmediato y también quiso cortar la llamada. Sin embargo, Leah le dijo algo en ese momento y él decidió responderme.

Acaricié ligeramente mi vientre y le pregunté:

—Anderson, ¿dónde estás? ¿Regresarás a casa esta noche?

Al otro lado de la línea, escuché una risa llena de sarcasmo, y, frente a toda la manada, me respondió sin piedad:

—Irene, deja de vigilarme. Ya estás embarazada. La envidia no es buena para el bebé. O, ¿tienes tanta sed de mi amor que ya eres dependiente de mí? Ya te dije que la visita de Leah y yo al antiguo altar es para investigar los huesos del lobo gigante. Solo tú, una loba de mente estrecha, ¡puede malinterpretar los deberes de un alfa y tomarlo como una traición!

Me lanzó insultos sin parar, haciendo que mi corazón se rompiera en mil pedazos. Aguantando el agudo dolor en el pecho, le dije:

—Hoy es mi cumpleaños. En el pasado siempre me hacías una fiesta…

Él me prometió que, incluso cuando llegara el fin del mundo, estaría a mi lado para acompañarme en cada uno de mis cumpleaños. Precisamente, por dicha promesa, crucé montañas enormes y bosques peligrosos a pesar del embarazo y del miedo, solo para pasar ese día importante con él. Los lobos locales me dijeron que nunca hubo huesos de lobo gigante por aquí. Pero, hacía seis meses, el Alfa de la Manada Escarcha había empezado a visitar el altar con frecuencia con esa excusa, para preparar el rito de emparejamiento con su Luna…