Capítulo 2
Era verdad que Anderson había olvidado su promesa, porque de repente los insultos se silenciaron bruscamente, y, antes de que pudiera encontrar una excusa razonable, Rhys lo interrumpió:

—Irene, eres un miembro de la Manada Escarcha. No todas las lobas son tan celosas como tú. Si por tu culpa se causan pérdidas, ¿tendrás el descaro de seguir viviendo aquí? ¡Tienes que entender que no eres el centro de la manada y no estamos obligados a cuidarte todo el tiempo!

Dicho esto, colgó la llamada. Aún podía ver cómo Anderson abrazaba a Leah con cariño, mientras ella acariciaba suavemente el rostro de Rhys, consolándolo con una dulce sonrisa:

—No te enfades. Irene siempre hace berrinches, ¿no es así? Hoy es el día más importante de mi vida. ¿No deberías enfocarte más en el ahora?

Rhys se sonrojó ante esa ternura. Todos rodearon a la nueva pareja, cantando y bailando alegremente. En efecto, parecía que Leah era el centro de la manada, mientras yo, la Luna, tenía menos importancia que una mendiga vagabunda para ellos.

Tras aquella llamada, agendé de inmediato un aborto, sin más vacilación, antes de abandonar el altar. Si todo el amor que le había profesado durante doce años no podía conmover a Anderson, no debería seguir esforzándome en vano.

Cuando encontré un lugar para alojarme, ya era muy tarde por la noche. Tras todo lo que había ocurrido durante el día, me tumbé en la cama, totalmente agotada. Sin embargo, pronto fui despertada por una llamada.

—Irene, hay una gran avalancha cerca del altar donde estás, ¡ve rápidamente a ayudar! —me informó mi terapeuta, preocupado, antes de colgar la llamada con prisa.

Suspiré, arrepintiéndome de haber ido hasta allí. Como Anderson estaba muy cerca de donde había sucedido la gran avalancha, tomé el celular y quise llamarle para saber su situación. Pero, por accidente, vi las fotos que Leah había publicado en Instagram, en las cuales Anderson y ella se tomaban de las manos, y en sus dedos estaban sus respectivos anillos de diamante. Además, en el dorso de la mano derecha de Anderson, había una cicatriz horrible de mordedura…

Cuando yo tenía dieciocho años, mi padre había perdido el control por la bebida, y, por protegerme, Anderson había resultado gravemente herido. Precisamente por eso, siempre consideraba esta cicatriz como la prueba de su amor. No obstante, todo había sido una simple ilusión: había sobrestimado mi importancia para él. Aquella ilusión se rompió por completo en el instante en que vi los anillos en sus dedos…

Pensando en esto, mientras preparaba las cosas necesarias para el rescate, decidí proponerle terminar en cuanto lo viera.

Había sido una avalancha terrible. Muchas personas estaban heridas. Me calmé un poco para emprender el rescate como una profesional. La magnitud del desastre era tan grande que incluso el lobo más anciano de la manada quedaría sorprendido al verlo.

De pronto, descubrí a un lado los explosivos colocados que se usaban para excavar el nuevo altar, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi cuerpo. Inmediatamente después, alguien me dio un brusco empujón desde atrás y caí a la nieve. Las piedras ocultas me causaron múltiples heridas en la piel, mientras los gritos llenos de ira de Rhys estallaban detrás de mí como una bomba:

—Irene, ¡eres como un chicle sucio y repugnante! ¿Incluso vienes aquí para buscar al Alfa por tus celos? Podríamos liberarnos de ti si recurriéramos a una bruja, lo sabes, ¿no? ¡Qué molestia!

No podía creer que se hubiera olvidado por completo de cómo nuestra madrastra había matado a nuestra madre. ¡Ahora solo quería ser el perro lamebotas de Leah. ¡Qué asco!

Me levanté del suelo, me sacudí la nieve de las heridas, y me acerqué a Rhys. Antes de que este volviera a soltar palabras feas, levanté la mano y le di un fuerte rasguño. Él se quedó estupefacto en su lugar, cubriéndose la herida. Tal vez, en su mente, yo nunca le haría algo así.

No quería darle más tiempo para sus estupideces, por lo que, con indiferencia, y le dije:

—Basta de especular sobre mis pensamientos con tu cabeza sin cerebro. Si en verdad te gusta Leah, sé su perro faldero. Con esta herida, me has pagado todo lo que me debías. A partir de hoy, ya no somos hermanos.

Dicho esto, me di la vuelta y continué con mi trabajo. En ese momento, llegaron Anderson y Leah cuyos ojos aún brillaban por las lágrimas. Ella se apoyó débilmente contra el firme pecho de Anderson y se me acercó lentamente. Al verme, Anderson se puso nervioso y usó la excusa que había preparado con anticipación:

—Los restos del lobo gigante son muy complicados, por eso no pude regresar a felicitarte por tu cumpleaños. Cuando terminemos el rescate, te celebraré una fiesta para compensarlo.

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