Me escondí temblando de frío en el antiguo altar, detrás de un gran árbol, observando en silencio cómo el Alfa, mi pareja predestinada, Anderson Muñoz, le entregaba a Leah López una corona de plata muy delicada, que solo pertenecía a la Luna de la manada. La joven sonreía, con lágrimas de alegría en los ojos, mientras se inclinaba para que Anderson la coronara. Él la abrazó y luego se prestó a besarla con pasión, ignorando las miradas que se posaban sobre ellos.El beso fue tan largo que duró veinte minutos. Anderson no la soltó en su efusión hasta que la sonrojada Leah le dio unas palmaditas en el pecho por la falta de aire.El viento frío corría por el altar, sacudiendo las pequeñas ramas del viejo árbol. Finalmente, caí en cuenta de que, bajo la luz de la luna sagrada, todos los compañeros de mi manda estaban presenciando aquel beso.Mi hermano, Rhys Pérez, a quien había protegido arriesgando mi propia vida, era el presidente de esta ceremonia de herencia. Vestido con una delicad
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