Bianca subió al segundo piso y fue hasta la puerta de la habitación de su cuñado. Estaba cerrada. Tocó un par de veces, pero nadie respondió.
—¿Mateo? ¿Estás ahí?
Llamó desde el pasillo, pero el silencio persistió.
—¿Mamá? ¿Crees que Mateo no esté en casa? —gritó Bianca hacia la planta baja.
—¿En serio? Juraría que todavía estaba aquí en el desayuno. Rosa, ¿ha visto a Mateo? —preguntó Sara, extrañada.
—Ah, el joven Mateo… creo que salió. Recuerdo que le hablé, pero no me contestó —respondió Rosa después de pensarlo un momento—. Salió como una hora después del desayuno.
—Seguro fue a buscar a mi hermana —murmuró Bianca, aunque una sensación de inquietud se apoderó de ella, como si presintiera que algo malo estaba por ocurrir.
—Bianca, ya no te preocupes por él. Es un adulto, no se va a perder —dijo Sara, mostrando su fastidio. La tomó de la mano—. Ven, vamos a platicar.
—Sí, vamos.
Bianca siguió a su madre escaleras abajo, pero no pudo evitar lanzar una última mirada a la puerta cerrad