—Por favor, llévame a mi casa. —La voz de Francisco era dura y distante.
Rubén apretó el volante.
—De acuerdo. Te llevaré. Dame la dirección.
Francisco se la dio y cerró los ojos. No quería volver a ver a ese sujeto.
El celular de Rubén sonó. Se puso el manos libres.
—Leo, ¿qué pasa?
—Rubén, ya tengo una cita con Alfredo Prado para mañana a las dos de la tarde. Para negociar la transferencia de sus acciones de Empresas Lira.
—Entendido. Buen trabajo, Leo. No podemos fallar.
—Lo sé, lo haré. Por cierto… —Leo dudó un momento—. ¿Cómo está él?
Rubén miró de reojo a Francisco.
—Está bien. Solo cansado, necesita reposo. Lo estoy llevando a su casa.
—Dile que lo siento.
—Se lo diré. Bueno, buenas noches.
—Buenas noches.
El silencio en el carro era incómodo. Rubén quiso poner música, pero tampoco quería romper la quietud. Qué situación tan contradictoria.
—Leo dice que lo siente.
—Mjm —fue la única respuesta de Francisco.
Rubén lo miró de nuevo y luego fijó la vista al frente. Aunque no había