Poco después, se escuchó el ruido de un carro. Efraín se levantó. Vio a Bianca, que ya se había cambiado de ropa, y salió al patio a recibir a los visitantes.
Era un Lamborghini. Eso lo sorprendió. Que él supiera, Francisco no tenía un carro así.
La puerta se abrió y dos hombres bajaron. Bianca reconoció al instante al hombre de aspecto frágil, vestido con ropa casual, que la miraba con una sonrisa.
El otro hombre fue el que captó la atención de Efraín. Lo conocía. Era su rival, el hombre con el que lo comparaban constantemente. Lo había visto en innumerables eventos, pero nunca habían hablado más allá de un saludo superficial. Dos hombres que se movían en esferas inalcanzables, encontrándose así por primera vez.
—Señor Alarcón, qué sorpresa verlo por aquí —dijo Efraín con una sonrisa.
—Llámame Rubén. Y sí, yo tampoco esperaba encontrarte así. —Rubén también sonrió y miró a la mujer que irradiaba felicidad—. Usted debe ser la señora Herrera, ¿verdad?
Bianca se quedó helada. La sonrisa