Se sentaron en la sala y Bianca les sirvió dos tazas de té, colocando una frente a Francisco con una sonrisa tímida.
—La otra vez, de verdad, muchas gracias. Quería llamarte para invitarte a cenar, pero con lo del pie… lo siento mucho.
Efraín bebió un sorbo de té. Al oír eso, arrugó la frente. ¿Cuándo se habían visto esos dos? Le lanzó una mirada inquisitiva a su amigo, quien, al notarlo, se sintió un poco incómodo y tomó otro sorbo para disimular.
—Ah, no fue nada. Fray y yo somos buenos amigos. Era mi deber venir a verte si estabas lastimada —dijo Francisco con una amabilidad que contrastaba brutalmente con la atmósfera tensa que Efraín creaba—. Además, me dio gusto encontrar a alguien que aprecia el diseño.
—¿Apreciar? ¡Soy tu mayor admiradora! —exclamó Bianca, la emoción venciéndola—. En serio, tus colecciones son una inspiración. La forma en que combinas la audacia con la elegancia es única.
Efraín resopló, un sonido de puro desdén.
—Por favor, no empieces con tus discursos de fa