En el reservado de un club de negocios, dos de los hombres más influyentes del mundo empresarial de la ciudad permanecían sentados en un silencio denso. Hacía un momento que habían terminado de discutir sus asuntos, pero, ninguno de los dos parecía tener la intención de marcharse. Nadie hablaba, y el aire se había cargado de una tensión incómoda.
Efraín, ataviado con un traje gris plateado, carraspeó para romper el hielo.
—Señor Alarcón… creo que debería felicitarlo por adelantado. Mis mejores deseos para su boda.
Rubén, que se había quitado el saco y lucía una camisa de rayas azul claro, rio con una pizca de ironía al escucharlo.
—Puedes llamarme Rubén. Cuando no hablamos de negocios, creo que podemos tratarnos como amigos.
Efraín observó el agotamiento que no podía ocultar y, por un instante, la imagen de Francisco apareció en su mente. Sintió el impulso de preguntar, de entender qué pasaba, pero se contuvo. A fin de cuentas, no tenía la confianza suficiente con él para indagar en s