El estudio de Francisco siempre transmitía una sensación de serenidad. Hoy, Linda no estaba, y él se afanaba en solitario organizando una pila de documentos. La noche anterior se había quedado hasta las cuatro de la madrugada revisando diseños de vestidos de novia de otros creadores, hasta que el sueño finalmente lo venció.
Bianca lo observaba en silencio.
—Oye, Francisco, ¿no me ibas a contar algo importante? —preguntó ella con una sonrisa, ladeando la cabeza mientras esperaba con paciencia. La curiosidad la carcomía.
Él se acercó y le ofreció un vaso de agua.
—Bianca, quiero que me ayudes con algo. Acepté diseñar un vestido de novia y tengo que terminarlo en unos cuantos días, así que me vendrían muy bien tus ideas.
—¿En serio? —El interés de Bianca se despertó de inmediato—. Pero si tú nunca has diseñado vestidos de novia. ¿Vas a cambiar de estilo o qué?
—No, es solo por esta vez. Es para la boda de Rubén Alarcón, supongo que ya te enteraste, ¿no? —Se acomodó el flequillo con un ge