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Madelaine llegó al piso con la esperanza de animar a Brenda, pero al acercarse a la habitación, la encontró acurrucada en la cama, con lágrimas rodando por su rostro sin cesar. Brenda no dejaba de llorar, y el sonido ahogado de su llanto llenaba el lugar. Madelaine suspiró profundamente, sentándose al borde de la cama. Con suavidad, comenzó a acariciar la espalda de su amiga en un intento por consolarla.

—Sé que te sientes terrible por todo lo que está pasando, Brenda —comenzó con voz dulce—, pero una vez más te recuerdo que tienes mi apoyo y comprensión. Estoy aquí para ti, si me lo permites. Ahora lo único que deseo es hacer algo por ti, cualquier cosa que pueda mejorar tu estado de ánimo.

Brenda suspiró, secándose las lágrimas con la manga de su pijama.

—Haidar… Lo primero que hizo esta mañana fue levantarse y marcharse al trabajo. Ni siquiera nos vimos. Se fue como si nada —dijo, con voz rota.

—¿No es eso lo que quieres? —preguntó Madelaine con cuidado—. Que te deje tranquila y se
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