Karius estaba en su campamento, rodeado por antorchas encendidas que arrojaban sombras alargadas sobre la tienda de mando. El aire olía a hierro y humo, mezclado con el murmullo grave de miles de soldados preparándose para la batalla nocturna. El titán hablaba con voz seca, sin levantarla demasiado, pero cada palabra era un golpe de martillo en los oídos de sus comandantes.
—Escuchen bien —gruñó él, mirando a cada uno—. Vamos a desgastarlo. Debemos cansarlo, herirlo poco a poco. Si lo atacamos por turnos, su fatiga lo acabará consumiendo.
El silencio fue total. El plan era cruel, meticuloso. Una guerra de desgaste.
—Aprovecharemos la noche —continuó, señalando el cielo oscuro con el dedo—. Cuando la oscuridad nos cubra, será más vulnerable. Nosotros somos el ejército del imperio, al servicio del invencible señor Atlas… No hay nadie que pueda con nosotros, porque somos titanes.
Un grito de guerra se oyó de ellos, que provocó que las huestes afuera también lo hicieran.
En un rincón de l