Siete años después, en un total de quince desde la toma del reino de Krónica, el emperador Atlas, que había expandido sus dominios, no había encontrado a su mate, ni hallado la ubicación de los reinos élficos.

Los ministros, nobles, reyes a su servicio estaban en la sala del trono ante una reunión de consejo.

—Ya han pasado quince años desde que tomamos Atira —dijo un ministro, ajustando sus ropajes pesados de seda—. Las conquistas en otras naciones se han extendido… La comida escasea y los cultivos se dañan.

—Es posible que sea una represalia de los ciudadanos contra nosotros —añadió otro, con un tono suspicaz, rascando su barba ennegrecida por la tinta de los sellos imperiales.

—Además, se comportan rebeldes y dicen que es mejor morir —comentó un tercero con desdén.

Las voces se mezclaban en un murmullo denso, cargado de intrigas y miedos. La sala se llenaba con los ecos de aquellas frases cortantes, como si fueran cuchillos afilándose en la penumbra del poder.

—Sin embargo, solo co