De regreso en Thalyra, los capturados fueron arropados por la oscuridad. No se les permitió morir ni vagar libres; Hespéride apareció en medio del campo con su cabellera encendida como fuego carmesí, y extendió su mano delicada. Una esfera de tinieblas brotó desde la tierra, devorando a los prisioneros. Sus cuerpos se desvanecieron como humo atrapado en un frasco, y allí quedaron, suspendidos en una prisión de sombra.
Los soldados de la resistencia observaron aquel acto con respeto solemne. Sabían que, si eran liberados, esos hombres volverían a tomar las armas en nombre del imperio; no podían devolvérselos. La magia de Hespéride era la única manera de mantenerlos en custodia.
Con la ciudad asegurada, comenzó la reconstrucción. Thalyra despertaba de un letargo forzado de más de una década. Los talleres reabrieron sus puertas, los herreros encendieron las fraguas, los campos abandonados volvieron a ser cultivados por manos libres. Las viejas familias que habían sido despojadas de sus c