Mientras la multitud se dispersaba, murmullos llenos de especulaciones y juicios resonaban en el aire.
Elizabeth miró a su abuelo, buscando alguna señal de apoyo, pero Kurt solo podía mirar con desaprobación, sintiéndose impotente ante la situación.
—No, Anthony, no puedes hacer eso —dijo Elizabeth, su voz temblorosa, mientras intentaba ocultar el pánico que empezaba a surgir en su interior—. Los chocolates son inofensivos, no hay nada que temer.
Anthony inclinó la cabeza, su mirada fija en ella, intensificando la presión que ya se sentía en la sala. —Si son inofensivos, entonces no tendrás problema en probar uno. —Dijo esto con una calma que contrastaba con la furia en su interior.
Elizabeth tragó saliva, sabiendo exactamente lo que estaba en juego. La idea de que Anthony pudiera cumplir con su amenaza la aterrorizaba. La mirada de todos los presentes la hacía sentir cada vez más expuesta.
—Anthony, escúchame —empezó a suplicar, desesperada—. Esto es un malentendido. No estoy involuc