—Señora, tómese este tecito de manzanilla para las náuseas.
—Gracias; Carolina, no sé qué me pasa últimamente, debe ser el estrés— le comento dándole un sorbo al té.
—¿Estrés por qué, señora?
—Ideas locas que pasan por mi cabeza— le comento, notando el gesto en su rostro.
—Mi madrecita querida, que en paz descansé, decía que el sexto sentido de la mujer es poderoso.
—Carolina— le interrumpo, pues conozco lo que dirá a continuación y me molesta.
Estaba harta del supuesto “sexto sentido”, la gente no entendía que mi marido era el hombre perfecto para mí, y todo lo que hacían era para alejarnos. Yo creía en sus palabras, sabía que él quería una familia tanto como yo. Pero el problema estaba en mí, no en él. Carolina era una excelente trabajadora, pero era muy curiosa. Ella sabía que mi sueño era ser madre, una familia grande y que buscábamos un bebé hace años.
Sin mi León no era nadie, sin León estoy sola en este mundo.
—Señora, creo que debería ir al médico, ya lleva días con lo mismo— la observé un momento notando preocupación en sus ojos.
—Tienes razón, Carolina— acepté tomando mi celular para agendar una cita con el médico de la familia de mi esposo.
—Listo, Carolina, hoy mismo el doctor de León me verá— le dije para despreocuparla.
—Perdóneme el atrevimiento, mi señora. Pero, ¿por qué no va a otro médico, uno de su confianza?
Sus palabras lograban que mal estar volviera.
—Carolina, ya tocamos este tema más de una vez. Mi marido asegura que este doctor es el mejor y yo confió plenamente en él.
—¿Quiere que haga algo liviano para comer? — me preguntó tras soltar un suspiro. Cambiando así aquella incómoda situación.
—Por favor.
Las luces blancas del consultorio me cegaban un poco mientras el doctor revisaba los resultados de los análisis. Que me habían realizado hace tres horas.
Yo había llegado allí pensando que mi fatiga y los mareos constantes eran culpa del estrés y de tantas horas de trabajo. Había estado agotada, pero ¿quién no lo estaría con tantas cosas por hacer y con León cada vez más ocupado? Seguramente solo necesitaba un poco de descanso, un fin de semana sin preocupaciones. Eso era todo… ¿No?
—Doctor, sigo tomando las pastillas de fertilidad como me indico…— le comenté a detalle que no las había suspendido, dejando clara mi frustración al no tener resultados después de tanto tiempo.
—Muy bien, señora Alexandra de Sandoval. Esperé un momento en que termine de revisar los resultados y contestaré todas sus quejas.
De igual forma continué quejándome y planteando dudas e inseguridades. Hasta que mi mente estuviera libre de todo aquello.
El doctor carraspeó, y yo levanté la vista de la pantalla de mi móvil. Tenía la esperanza de que León me contestara los tres mensajes que le había enviado desde que nos despedimos en la mañana.
Tenía una expresión amable, pero había algo en su mirada que me hizo apretar las manos en mi regazo. Respiré hondo y lo esperé, aunque sentía el corazón latiendo en mis oídos, rápido e inquieto.
—Señora Sandoval, felicidades —dijo al fin, sonriendo de una manera que parecía… ¿Feliz?
—Estás embarazada. —continuo.
Mi mente quedó en blanco. No supe qué decir, ni qué sentir. Únicamente lo miré, parpadeando, como si la palabra “embarazada” no tuviera sentido. Sentí que el aire se volvía denso, como si el mundo se estuviera volviendo borroso a mi alrededor, y solo quedara ese eco: “Embarazada”. “Embarazada”.
Llevé una mano instintivamente a mi abdomen, como si al hacerlo pudiera sentir la vida que, según él, ahora crecía en mí. Era extraño. Maravilloso. Sorprendente. En ese instante, el cansancio y la incertidumbre se desvanecieron, reemplazados por una calidez inesperada, algo nuevo, suave y profundo.
—¿De… de cuánto tiempo? —pregunté, apenas susurrando, con la voz temblorosa, como si temiera romper esa burbuja que se había formado a mi alrededor, mientras mis ojos se llenaban de cálidas lágrimas.
—Aproximadamente seis semanas —respondió el doctor, mirándome con comprensión.
— Todo parece estar en orden, Alexandra. Felicidades de nuevo.
Seis semanas… Recordé los últimos días, cómo había pasado las noches esperándolo, las madrugadas en vela, preocupada por su ausencia y por su extraña distancia, sentí culpa por no haber comido adecuadamente y saltarme comidas.
Apreté los labios y traté de alejar esos pensamientos, de centrarme en la felicidad del momento, en la idea de contarle a León. Sabía que esta noticia cambiaría nuestras vidas, que lo sorprendería tanto como a mí.
Lo visualicé en mi mente, su expresión al escuchar la noticia. Sonreí, imaginando cómo lo abrazaría, cómo sentiría sus brazos fuertes rodeándome mientras me besaba y me decía que seríamos padres. Seríamos una familia, finalmente. Tal vez este bebé sería lo que necesitábamos para conectar de nuevo, para traerlo de vuelta a mí.
Seguramente él se sentía como yo, desanimado, triste por la espera y se refugiaba en el trabajo para no causarme tristeza, no supe verlo hasta este momento. Mi amado esposo solo intentaba cuidarme y yo sin dejar de presionarle.
Mi corazón latía con una mezcla de emoción y esperanza renovada. No veía la hora de salir de allí, de correr a casa y decirle la verdad. Pero una pequeña punzada de duda se coló en mis pensamientos, una sombra que apenas permití crecer. No. León me amaba. Y este bebé sería nuestra nueva aventura.
—Gracias, doctor —le dije con una sonrisa temblorosa, aun con la mano en mi vientre —Muchísimas gracias, Doctor— insistí nuevamente, aceptando cada palabra que decía sin darle demasiada atención.
Mi miente estaba en otro lado, mi corazón estaba en mi bebé; en mi tan deseado bebé. Salí con apuro feliz, mi sonrisa era tan grande que no cabía en mi pequeño rostro, mis ojos verdes brillaban.
Pagué la consulta, levanté las vitaminas y me sentí invencible y a la vez delicada, como el pétalo de una flor, al tener el carné de mi bebe y la consulta con el médico en solo tres semanas.
Al llegar a casa no dije nada, solo incité a Carolina para que pusiera música y dejara mis libros en la mesa de la cocina, mientras yo corría a mi habitación a ponerme algo más ligero.
La cocina estaba llena de aromas y la melodía no había dejado de sonar. Había pasado toda la tarde buscando recetas, algo especial, algo que fuera perfecto para esta noche.
Finalmente, me decidí por su plato favorito: filete al vino tinto, acompañado de puré de papas cremoso y espárragos a la parrilla. Mientras revolvía la salsa, trataba de calmar el temblor en mis manos. No dejaba de pensar en su reacción, en cómo recibiría la noticia.
La mesa ya estaba puesta: un mantel blanco recién planchado, velas bajas y elegantes, las copas de vino esperando en su lugar. Todo estaba calculado, casi como si fuera la escena de una película. Miré a mi alrededor con una sonrisa satisfecha, sintiéndome emocionada, aunque también nerviosa.
Había colocado una pequeña caja envuelta en un lazo junto a su plato, con un par de zapatitos blancos dentro. Apenas los vi en la tienda, supe que serían perfectos para darle la noticia.
Cerré los ojos por un momento y respiré profundo, llenándome de la tranquilidad que el aroma de la comida me brindaba. Pronto llegaría, y todo cambiaría. Había imaginado esta escena en mi mente tantas veces… Yo le diría: “León, vamos a tener un bebé”, y lo vería sonreír, quizás reír o llorar de pura felicidad, me tomaría en sus brazos; abrazándome con esa intensidad suya que tanto amaba. Diría: “Alexandra, me has convertido en el hombre más feliz de este mundo”. Luego me besaría con delicadeza.
Conteniendo la emoción y las lágrimas que solo se me escapaban de imaginar, pedí a los trabajadores que esta noche se retirasen a las siete. Yo serviría a mi marido, yo quería que todo saliera especial. Observé el reloj brevemente y subí las escaleras hacia la habitación, no quedaba mucho tiempo y quería verte bella para él.
Esta noche ya no sería de películas. Hoy iniciaba un nuevo capítulo en nuestras vidas.
Luego de bañarme, arreglé mi cabello poniendo solo un broche de perlas en un costado. León odiaba que lo tuviera suelto, pero esta vez solo lo levanté en un pequeño moño que quedó escondido tras el broche. Mi maquillaje fue natural, ni muy poco ni demasiado, solo quería resaltar.
Me puse un vestido que se entallaba a mi figura perfectamente, llegando a mis rodillas, en un color crema, con unos tacones a juego y, como no podía faltar, el perfume que él me había regalado en mi cumpleaños, junto a unas caravanas de perlas que eran el recuerdo de mi madre.
Antes de salir de la habitación, me miré una última vez, solo para cerciorarme que todo estuviera bien. Bajé las escaleras, yendo a la cocina y encendí la hornalla para que la comida tomara calor y así servirla justo a su llegada.
—Quince minutos, bebé— le dije a mi pequeño acariciando mi vientre.
—Solo eso nos falta para ver a nuestro amor llegar a casa— le aseguré sonriendo, mientras cambiaba la música por una clásica.
Claro de Luna, fue el tema que escogí para esta noche. Aunque a mí no me gustaba, sabía que eso calmaría su cansancio y lo haría sonreír.