Valeria despertó en la cama del hotel sintiendo el frío vacío en la habitación. Estaba sola. Se levantó antes de que el sol asomara, vestida y lista para la batalla profesional, Leonid la esperaba con cara de pocos amigos en el salón de la suite, ya estaba en el teléfono. Colgó colocándolo en la mesa con un golpe seco, la frustración grabada en sus facciones.
—Draganov se echó para atrás con la cláusula. Ese maldito no quiere ceder. Si firmamos sin esa protección, el riesgo se dispara un veinticinco por ciento.
—Lo sabía —dijo Valeria, acercándose a la mesa con el plano del acuerdo—. Él está inflando el riesgo para justificar un precio más alto a otro postor. Te está usando como carnada.
—¿Y tú solución, asistente? —preguntó Leónid, el sarcasmo no disimulaba su desesperación.
—Mi solución es que le hagamos creer que ya no somos lo que él cree. Tenemos una reunión con Iván en dos horas. En lugar de presionarlo, vamos a ser fríos. Vas a mencionar, con una calma absoluta, que tus analist