Parte Dos
Los pasos de Nara resonaron apresurados por la escalera. Las lágrimas seguían brotando sin control. Al llegar al dormitorio, abrió el armario y empezó a meter ropa en una maleta con las manos temblorosas. Su respiración aún era entrecortada. Su herida aún estaba demasiado fresca.
De pronto, sintió náuseas. Se llevó la mano a la boca y salió corriendo al baño. Se arrodilló frente al inodoro y vomitó sin piedad. Se sentía débil. Tras varias arcadas, se desplomó en el suelo del baño, apoyada contra la fría pared. Permaneció en silencio, confundida.
—¿Por qué me siento tan mal? —murmuró Nara.
De pronto, un pensamiento surcó su mente. Descendió la mano hasta su vientre… y sus ojos se abrieron de golpe—. ¿Hace más de dos meses que no me baja? —su corazón empezó a latir frenético.
Con esa idea en mente, se levantó y rebuscó en el cajón del tocador hasta encontrar una prueba de embarazo, aún sin abrir. Con manos temblorosas hizo la prueba en el baño. Cinco minutos después, Nara contempló el resultado con ojos como platos: dos rayas rojas. Estaba embarazada.
Las lágrimas fluyeron otra vez, pero esta vez no solo por tristeza, sino también por la felicidad de saber que llevaba vida dentro.
—¿Entonces… estoy embarazada? —susurró Nara sin creerlo—. ¿Y el médico dijo que era infértil?
Con los ojos cerrados, intentaba recordar. Tres meses atrás, ella y Bastian habían ido al hospital para intentar concebir. Se sometieron a varios exámenes, y a ella le dijeron que no tenía oportunidad de quedar embarazada.
—¿Y ahora? Ahora sí estoy embarazada... —pensó, convencida de que algo estaba mal.
Sin perder más tiempo, tomó su móvil del velador. Buscó un contacto y marcó un número.
—¿Hola? —se escuchó una voz masculina al otro lado.
—Eric, soy yo, Nara.
—¿Nara? ¿Eres tú de verdad? ¡Dios mío! ¿Cómo estás? —Eric sonaba feliz; hacía años que no sabía nada de ella.
—Necesito tu ayuda —dijo Nara, con voz temblorosa. Sentía vergüenza, pero sabía que Eric tenía conexiones que ni su familia, ni la familia Arshino tenían.
—Dímelo, dime —respondió él.
—Hace tres meses… fuimos al hospital con Bastian. Necesito que investigues lo que sucedió: historiales médicos, resultados de laboratorio… lo que sea. Quiero saber la verdad.
—¿En serio?
—Sí. Estoy segura de que algo está mal. Necesito que descubras qué pasó. —Nara relató los detalles a Eric con claridad.
—Muy bien, te ayudo. Pero dime… ¿cuándo volverás?
Nara guardó silencio, luego colgó. Se quedó mirando la prueba.
—¿Entonces… no soy estéril? —susurró, y una sonrisa se expandió en su rostro. Secó sus lágrimas.
Bajó las escaleras con paso sereno. El rostro ya no mostraba llanto, aunque sus ojos aún reflejaban profundo dolor.
Al llegar al salón, Bastian, Veni y doña Maia alzaron la vista sorprendidos por sus pasos. Nara no llevaba maleta, no parecía dispuesta a irse. Caminó con calma hacia una mesita, tomó una manzana del frutero y se sentó en el sofá con elegancia, cruzando las piernas. Dio un mordisco, tranquila.
—No me voy —dijo con voz mesurada.
Veni la miró con incredulidad—. ¿Cómo dices eso, Nara?
—No pienso divorciarme de mi esposo, señorita Veni —afirmó Nara, firme—. Seguiré siendo la esposa legal de Bastian, y me quedaré en esta casa.
Bastian se levantó, alzando la voz—. ¿Qué dices? ¿No quieres el divorcio?
Nara asintió, masticando con calma la manzana—. Así es. No quiero divorciarme… porque te amo, Bastian.
El salón quedó en un silencio absoluto. Veni quiso hablar, pero contuvo las palabras. Doña Maia soltó una risita sarcástica y se acercó.
—Qué descaro, Nara —dijo con hierro en la voz—. Ya sabes que no puedes dar hijos, y aún así insistes. ¿No tienes dignidad? Bastian ya eligió a Veni como su esposa.
Nara giró la mirada hacia su suegra—. Tengo dignidad, señora. Justamente por eso me quedo. Voy a convertirme en madre sustituta para el hijo que va a tener Veni.
—¡Qué tonterías! —estalló Bastian mientras sacaba un papel de su maletín—. Aquí tienes el acta de divorcio. Ya la firmé. Te toca a ti ahora.
Nara la tomó con calma, la leyó en un instante, y sin decir nada la rasgó en presencia de todos. Depositó los fragmentos sobre la mesa.
—Dije que no me divorcio.
Bastian apretó los puños—. ¡Eres testaruda!
—No —respondió Nara con serenidad—. Solo sé cuáles son mis derechos.
Por fin Veni habló, con voz afilada—. ¿De verdad crees que por insistir seguirás siendo la señora Arshino? Bastian me ama a mí, no a ti.
Nara sonrió mínimamente—. El amor cambia, Veni. Hoy puede ser tuyo... mañana ya no. Pero yo no hablo de amor pasajero: hablo de un matrimonio legítimo. Y yo, quiero seguir siendo la esposa de Bastian.
Doña Maia negó con enfado—. Das vergüenza. Una mujer como tú debería saber cuál es su lugar.
Nara mordió más la manzana—. Lo que da vergüenza es destruir el matrimonio de otros y sentirse con la razón.
Las palabras cayeron como un golpe sordo sobre Veni, que palideció. Bastian seguía inmóvil, conteniendo su furia.
—¡Te arrepentirás de quedarte! —amenazó Bastian.
—No me arrepentiré —respondió Nara con voz firme—. Te amo demasiado... por eso lucho por seguir siendo tu esposa.