La mañana en la Mansión Arshino transcurría en silencio. En la cocina, Nara preparaba el desayuno. El aroma del café y del pan tostado comenzaba a llenar el ambiente.
De repente, su rostro palideció. Nara se tapó la boca con una mano y corrió apresurada hacia el fregadero.
—Mmph…
Vomitando con fuerza, se apoyó con una mano sobre la encimera. Tosió un poco, luego se limpió el rostro con una servilleta colgada al costado.
Desde la puerta, Veni, que acababa de bajar del dormitorio, se detuvo en seco. Entrecerró los ojos, observando con atención.
—¿Nara…? —llamó con desconfianza.
Nara se giró de inmediato—. Estoy bien —respondió rápidamente.
Pero Veni no le creyó. Se acercó un par de pasos y cruzó los brazos frente al pecho.
—¿Mareada a esta hora? ¿Estás enferma?
—Tal vez sea solo un resfriado —dijo Nara, enderezándose.
Veni la miró fijamente con suspicacia. Sin decir más, giró sobre sus talones y caminó con prisa hacia la sala, donde la señora Maia leía el periódico.
—Tía Maia… —dijo Ven