Vargas se dio la vuelta y salió, sintiendo cómo la mirada pesada y afilada del viejo Wofl se le clavaba en las costillas.
Emmett lo siguió con los ojos hasta que la puerta se cerró y volvió a descargar los puños con rabia sobre la mesa.
— ¡Maldito cerdo insignificante! ¿Cree que puede venir hasta mi oficina a intimidarme? ¡Está muy equivocado! ¡No ha nacido el hombre que pueda amenazarme y viva para contarlo!
Vargas no lo escuchó, pero algo en su interior le dijo que debía cuidarse.
— ¿Astrid? — la rubia escuchó la voz alterada de su suegro en el teléfono.
— Emmett, ¿Qué sucede?
— Necesito que resuelvas un problemita — Le dijo en un tono que ella conocía bien y no le gustaba para nada.
La mujer se tensó y salió de la habitación.
— ¡