— No, por favor… James, quédate… — James le había escuchado decir con la voz deseosa y entrecortada.
Los ojos grises de James buscaron los suyos y por un instante se perdió en ellos, viendo la tristeza, el dolor, e incluso el temor reflejado en unos ojos que habían visto y sufrido demasiado para la edad que tenían, pero las circunstancias de la vida de la joven no eran como las de cualquiera, y eso le dolía profundamente.
James acarició su rostro suavemente, deslizando sus dedos gentiles por su mandíbula con las ganas de hacerlo un par de centímetros más arriba, justo en sus voluptuosos labios, mientras ella cerraba la vista confiada en el dulce toque de sus dedos y dejaba salir las lágrimas sin temor a ser reprochada, soñando en que esa caricia podría ser algo más, pero sabía que él solo estaba ahí para ser amable y protector