Eran pequeños detalles con los que a penas podían conseguir convivir el uno al otro. Adrien era una buena persona, no lo odiaba, pero no llegaba a saber lo suficiente de él como para hacerlo más que un conocido frente a sus ojos.
Sólo lograban ser dos desconocidos que convivían e intentaban llevarse bien.
Las lágrimas que habían salido de sus ojos anteriormente yacían secas en sus mejillas. Hana suspiró y cerró sus párpados, dejándose llevar por el cansancio que le consumía.
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—Vamos Hana. Te enseñaré algo muy divertido. —La joven Beta sonrió mientras que tomaba entre sus brazos a Hana, quien sólo contaba con cinco años de edad. —Mamá te enseñará a leer.
—¿Qué significa leer? —Preguntó inocentemente. La mujer sonrió, adentrándose a la limpia y hogareña cabaña. —¿Mami me enseñará? —Sí, una linda Omega como tú debe leer y escribir para sorprender a los demás. —Hana vio una gran variedad de esas cosas cuadradas con hojas que según lo que su madre le explicó días atrás, eran libros.
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