Adrien DuPont había llegado a EmberWood, la mansión familiar que se alzaba majestuosa entre los árboles frondosos. Se adentró en la sala de estar, esperando encontrar un ambiente de calma y tranquilidad, pero lo que vio a su llegada fue todo lo contrario.
Lise, una de las empleadas de la mansión, estaba en medio de una escena caótica. Su uniforme estaba arrugado y manchado, y el suelo a sus pies estaba cubierto de polvo y restos de materiales que parecían haber sido sacudidos sin cuidado. La expresión en su rostro era de agotamiento y frustración.
Adrien frunció el ceño al ver el desorden y se acercó a Lise con una mezcla de curiosidad y preocupación. —Lise, ¿qué ha pasado aquí? ¿Por qué estás en tan mal estado?
Lise se giró lentamente, con una mueca de desánimo. —Señor DuPont, lo siento mucho. Es que... Jade nos ha mandado a limpiar el Centro Astral como castigo.
Adrien alzó una ceja, sorprendido por la noticia. —El Centro Astral. Eso no es algo que se limpie todos los días. ¿Qué ha sucedido para que Jade haya tomado una decisión tan drástica?
El Centro Astral era usado para aquellas Omegas que entraban en celo, por lo que limpiar aquel lugar no era sencillo ni mucho menos agradable.
Lise suspiró, sus manos cansadas limpiándose en el delantal.
Jade entró a la sala de estar con paso firme, su rostro reflejaba una mezcla de molestia y preocupación. La conversación que había estado escuchando antes de entrar parecía haber sido de un tono más relajado, pero el ambiente en la sala de estar se volvió tenso en cuanto ella hizo su aparición.
Adrien, sentado en el sofá con un semblante serio, levantó una ceja al verla.
—¿Por qué ese castigo a las empleadas? —preguntó con un tono que mostraba tanto curiosidad como desdén.
Frunció el ceño, claramente irritada.
—Las empleadas dejaron a Hana sin ropa —explicó con firmeza—. Me di cuenta cuando intentó salir de la cama sin nada puesto. No puedo permitir que sucedan esas cosas aquí.
El silencio que siguió a sus palabras era palpable. La reacción de Jade no solo era una defensa de Hana, sino también una manifestación de su preocupación por el bienestar de todos en la mansión. Adrien, al observar la expresión decidida en el rostro de Jade, asintió lentamente.
Jade salió de la sala de estar con paso decidido, dejando a Adrien en medio de sus pensamientos y sin permitir que le preguntara por la Omega que había salvado. Aunque su sonrisa no se desvaneció, sabía que era prudente no desestimar la seriedad de la situación. Jade no era alguien con quien se pudiera jugar; su habilidad para mantener el respeto en la mansión era un testimonio de su fortaleza y experiencia.
Sabía que su prima estaba exagerando un poco, pero también entendía que no podía cuestionar su método de imponer disciplina. Jade no le temía por ser el líder de EmberWood; se hacía respetar por su carácter firme y su posición de mayor edad. La combinación de ambos factores la convertía en una figura imponente, y él lo sabía bien.
En ese momento, la puerta principal de la mansión se abrió con un chirrido, y Gabriel entró en la sala. Se veía un poco cansado, con los hombros tensos y una expresión que denotaba agotamiento. Como el hermano de Adrien y el segundo al mando en la manada, Gabriel tenía una presencia imponente, y aunque su cansancio era evidente, su porte seguía siendo firme.
Adrien se levantó del sofá al ver a su hermano, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y curiosidad.
—Gabriel, ¿qué ha pasado? —preguntó, notando el aire de agotamiento que lo rodeaba.
Gabriel se acercó, dejando escapar un suspiro mientras se dejaba caer en un sillón cercano.
—Unos rebeldes nos causaron problemas —explicó mientras se pasaba una mano por el cabello—. Pero ya está todo solucionado. Lo manejé con la ayuda de los centinelas.
Adrien frunció el ceño, preocupado por la seguridad de su manada.
—¿Qué tipo de problemas? —preguntó, deseando obtener más detalles.
Gabriel hizo un gesto con la mano, indicando que no era nada demasiado grave.
—Intentaron provocar disturbios en una de las aldeas cercanas. No eran muchos, pero querían causar el mayor caos posible. Los centinelas y yo nos encargamos de dispersarlos rápidamente. No hubo grandes daños, pero fue un buen recordatorio de que debemos estar siempre alertas.
Adrien asintió, aliviado al escuchar que la situación estaba bajo control.
—Me alegra que lo hayas resuelto.
Jade regresó a la sala de estar con ropa adecuada para Hana. Al entrar, vio a sus primos conversando entre ellos. Aunque su intención era salir sin llamar mucho la atención, se dio cuenta de que no podía evitar la conversación que se desarrollaba a su alrededor.
Adrien observó a Jade y la llamó.
—Jade, ¿cómo está Hana? —preguntó, interesado en el bienestar de la recién llegada.
Jade respondió con un tono sereno.
—Después de que vaya y la vista, creo que se recuperará. Está bien atendida y solo necesita un poco de tiempo para adaptarse y superar esta pequeña crisis.
Adrien asintió, reflexionando sobre la respuesta de Jade. Mientras observaba la situación y pensaba en cómo Hana estaba manejando su adaptación a la mansión, una idea se fue formando en su mente. Consideró que sería un buen gesto visitarla para mostrarle apoyo y asegurarse de que se sintiera parte de la familia.
—Quizás sería una buena idea visitarla— murmuró Adrien, pensando en voz alta. —Un gesto como ese podría ayudar a Hana a sentirse más acogida y a integrarse mejor.
Jade lo miró con comprensión. —Si crees que eso le vendría bien, entonces adelante. A veces, un poco de apoyo extra puede hacer una gran diferencia.
Gabriel, que había escuchado la conversación, asintió en acuerdo. —Apenas me entere de aquella Omega que salvaste, hermano. Me alegra que esa chica este a salvo.
Adrien asintió, sintiéndose más decidido. —Iré a visitarla mañana. Ahora debería dejarla descansar un poco más.
Jade, satisfecha con la decisión, recogió la ropa y se preparó para salir nuevamente. —Voy a llevarle esta ropa a Haba —dijo con una sonrisa pequeña—. Si necesitas algo más, ya sabes dónde encontrarme.