Esra continuó trabajando en el restaurante durante toda la mañana, tarde y noche, cuando la fatiga ya se hacía sentir en cada articulación de su cuerpo. El uniforme de mesera, que le quedaba algo ajustado en la cintura, la hacía sentirse incómoda y fuera de lugar, pero aun así se obligaba a sonreír a los clientes, a mantener la compostura y a no dejar ver la tormenta que llevaba dentro.
Cuando el mediodía llegó y el restaurante se llenó hasta el último asiento, Kenan apareció acompañado de un grupo de amigos. Ellos reían a carcajadas, vestidos con ropa de marca, despreocupados, como si el mundo entero les perteneciera. Esra, que estaba atendiendo una mesa cercana, lo reconoció de inmediato. Su corazón dio un vuelco y por instinto quiso esconderse, girar el rostro, escabullirse hacia la cocina y desaparecer. Pero el destino no le dio oportunidad: Kenan giró la cabeza justo a tiempo para verla.
La sorpresa se dibujó en su rostro. Sus ojos, oscuros y expresivos, se abrieron más de lo nor