Los hombres que Vanea había contratado para que se hicieran pasar por secuestradores y abusadores, acusaron a Esra de la mente maestra. Eso fue suficiente para declararla culpable.
Esra fue llevada a prisión, encerrada en una celda hasta que se diera el juicio.
Las lágrimas caían de sus ojos, manchando su mejilla de porcelana.
Acarició su vientre con ternura, dándole fuerzas a sus hijos, prometiendoles que pronto saldrían de ahí, y que tendrían una vida maravillosa.
Esra se rio internamente, sabiendo que no podría salir de ahí, que si Burak la encerraba, usando todo su poder, no volvería a ver la luz del día.
Sus bebés nacerían en la cárcel, y probablemente serían adoptados o llevado a un orfanato. Ahí serían separados, porque nadie los adoptaría juntos.
Recordó que cuando apenas llegó, una pareja fue a adoptar un bebé, los niños tenían no más de dos años, pero la pareja no se llevó a los dos, solo a uno.
Pensar en eso, hizo estremecer el corazón de Esra, pues sus hijos pod