Helena se pasó la noche revisando la información que había recopilado sobre las posibles candidatas a esposa de Daniel. Se estaba dedicando al proyecto con una energía renovada, pero sin el menor entusiasmo. Haría falta un milagro para hacerla disfrutar con la tarea, pero estaba decidida a aprovechar la estancia en Zorha para ultimar la lista y que Daniel pudiera empezar su campaña en cuanto regresaran a Nueva York.
Estaba escuchando unas baladas románticas por su iPod, totalmente concentrada en Internet, cuando sintió una mano en su hombro.
Dio un respingo y soltó un grito, cayéndose de la silla al tiempo que se quitaba los auriculares de los oídos.
—¡Daniel! —exclamó desde el suelo, donde se había golpeado fuertemente la cadera—. ¿Qué haces aquí? —el corazón le seguía latiendo desbocadamente a pesar de haber identificado a su inesperado visitante.
Él se agachó junto a ella y le pasó las manos por el cuerpo, supuestamente para comprobar si se había hecho daño.
—¿Estás bien, Helena? N