Pov Daniel
Daniel se sentó frente al desayuno que Helena, había pedido para ambos el servicio de habitaciones, y frunció el ceño con preocupación al ver que tenía ojeras y que estaba más pálida de lo normal. —Pareces cansada. ¿No has dormido bien? ¿Estás incubando algún virus? —No estoy enferma, pero tampoco he podido dormir mucho —sonrió forzadamente. —¿Por lo que te pedí que hicieras? —Sí. —Si va a causarte tantas molestias, olvídalo —no quería que un encargo semejante le quitara el sueño. Helena trabajaba muy duro y, al igual que él, apenas vivía para algo más que el trabajo—. Asunto zanjado. —No será necesario. —¿Qué quieres decir? —He decidido aceptar el encargo. —Pero si estás… Tienes un aspecto horrible. Ella respondió con una mueca. —Muchas gracias, Daniel. —No es el momento para la falsa modestia. ¿Seguro que no estás enferma? —Completamente. Y también estoy segura de que quiero ayudarte a encontrar esposa. Daniel sintió una sacudida interior, pero ignoró la sensación. —Es un alivio. Ella esbozó una sonrisa más sincera que la anterior. —Me alegro. —Gracias, pero no quiero que te pongas enferma por culpa de este encargo. Dime si es demasiado para ti. Helena se echó a reír. —Claro… como si no fueras a pedirme la lista de candidatas dentro de veinticuatro horas. —No soy tan impaciente. —Sí, sí lo eres —replicó ella, pero su tono era jocoso y despreocupado. Daniel se sintió invadido por una gratitud tan inmensa que sin darse cuenta se había levantado y había rodeado la mesa para estrechar a Helena entre sus brazos. Al principio sintió que ella se quedaba rígida, pero enseguida se relajó y se abrazó a él. Su cuerpo cálido y femenino se apretó fuertemente contra el suyo, y una inevitable excitación se prendió en el interior de Daniel. No la soltó. Y ella no se apartó. Agachó la cabeza inconscientemente en busca de su olor. —Hueles a canela —murmuró contra sus rizos sueltos y despeinados—. Y a fresas… —su fragancia le recordaba a su Oriente natal. —Tu madre me envía jabones y productos naturales de su herbolario particular —Helena tenía el rostro enterrado en su cuello y apenas se la podía oír. Daniel levantó la cabeza y le puso un dedo en la barbilla para hacer que lo mirase a los ojos. —¿Mi madre te envía cosas? —Sí. Desde nuestro primer viaje a Zorha, cuando le comenté que me encantaban los jabones y champúes que descubrí en los baños de palacio. —Le gustas —dijo él, y se preguntó por qué nunca se había dado cuenta hasta ahora. Tal vez porque siempre había dado por supuesto que Helena le gustaba a todo el mundo. Podía ser tímida y testaruda, pero era encantadora. —A mí también me gusta ella. —Me alegra que así sea. ¿Por qué aún no la había soltado? El abrazo estaba durando demasiado y corría el riesgo de convertirse en algo que Daniel no podía permitirse. Quería apartarse, pero sus brazos permanecían obstinadamente alrededor de Helena. Ella lo miraba fijamente y sus labios estaban a escasos centímetros, entreabiertos, insinuando un atisbo de su deliciosa lengua rosada… La respiración de Helena se aceleró, y él supo que si bajase la mirada y le abriera la chaqueta vería sus pezones endurecidos. Pero no lo haría. Aún le quedaba suficiente cordura. Ella se había quedado muy callada, algo nada habitual en la Helena que él conocía. Incluso con sus discretos tacones era más alta que la mayoría de mujeres con las que Daniel había salido. Lo suficiente para que a él le bastara inclinar ligeramente la cabeza y besarla. La tentación se hacía más fuerte a cada segundo, y el inconfundible deseo que ardía en aquellos ojos zafiro no lo ayudaba a pensar en otra cosa. Helena lo deseaba, pero era el deseo de una mujer inocente y pura que no podía saber hacia dónde se dirigía. No era una de sus amantes. Era una presencia mucho más permanente en su vida y así tenía que seguir siendo. Aunque en aquellos momentos la tentación por saborear su inocencia virginal era irresistible. La alarma de su PDA empezó a sonar, recordándole que tenía una reunión inminente. Al mismo tiempo el aparato de Helena empezó a pitar desde la otra habitación. La interrupción de los pitidos discordantes era justo lo que necesitaba para soltarla y apartarse. —Las candidatas deberían ser más altas que la princesa Katerine. Alguien como tú encaja muy bien en mis brazos… Nada más decirlo se mordió la lengua, pero Helena se limitó a adoptar una expresión indiferente y se dio la vuelta. —Tomo nota. Se fue a por su agenda electrónica y su portafolios y Daniel se reprendió a sí mismo por haberse acercado al borde del desastre. ¿En qué demonios había estado pensando? ¿Por qué la había abrazado cuando tenía la excitación a flor de piel? Otros podían pensar que su secretaria era cualquier cosa menos seductora, pero Daniel sabía lo peligrosa que podía ser la inocencia. Y por esa razón se merecía la dolorosa erección que pugnaba por salir de sus pantalones y la frustración sexual que sentiría mucho después de haberse calmado. No se explicaba cómo había podido cometer la estupidez de abrazarla. Si la hubiera besado, habrían acabado inevitablemente en la cama. E, inevitablemente, la habría perdido después de acostarse con ella. Helena era demasiado valiosa como secretaria y amiga como para permitirse perderla. Tenía que encontrar esposa cuanto antes… Pov Helena Helena intentaba no mirar a Daniel mientras discutía con el programador de software las ventajas de invertir en su compañía. Pero le resultaba más difícil que de costumbre. Por un lado, había hecho bien su trabajo y aquél era un buen trato que un hombre tan inteligente como Daniel no dejaría pasar. Por otro, perdía una y otra vez la concentración por lo bien que le quedaba la chaqueta sport sobre sus anchos hombros. Y, por alguna extraña asociación de ideas, aquella imagen le recordaba lo que había pasado en la suite del hotel. El problema era que no estaba segura de lo que había pasado realmente. ¿Había estado a punto de besarla? Así lo había parecido, desde luego. Daniel la había tenido entre sus brazos más tiempo del que duraría un abrazo normal entre un jefe y una empleada… en caso de que un jefe abrazara a su secretaria. La última vez que Daniel la abrazó fue dos años antes, en el aniversario de Helena. ¿Por qué lo había hecho esa mañana? La primera impresión era que le estaba dando las gracias por acceder a ayudarlo, pero ¿un abrazo de agradecimiento podía durar tanto? ¿Un abrazo como aquél podía etiquetarse de «amistoso»? Y de ser así, ¿por qué en ese preciso momento? ¿Por qué no antes de haberle pedido que le buscara una mujer para casarse? Pero lo que más desesperadamente necesitaba saber era… ¿había estado a punto de besarla? ¿El bulto que había sentido contra el vientre había sido producto de su imaginación desbocada o una prueba irrefutable de que, por imposible que pareciera… ella lo había excitado? ¿Estaría llenándose otra vez la cabeza de fantasías absurdas sobre su jefe? Él había acabado por apartarse y había añadido un requisito más para su futura esposa. Tal vez sólo la había abrazado para comprobar que prefería a una mujer alta. Casi todas las mujeres con las que había salido eran por lo menos dos centímetros más bajas que Helena, con su metro ochenta de estatura. Aquella posibilidad le resultaba tremendamente desalentadora. Pero al fin y al cabo, ¿qué podía haber sido más humillante que el hombre de sus sueños le pidiera que la ayudara a encontrar esposa? —¿Helena? —levantó la cabeza al oír el tono impaciente de Daniel y vio que los dos hombres la estaban mirando—. ¿Has tomado nota? A Helena le ardieron las mejillas y tuvo que pedirle al otro hombre que repitiera lo que había dicho. Era un despiste tan impropio de ella que sin duda recibiría un sermón del príncipe después de la reunión. Al menos, Ryan, el programador, se mostró muy amable y comprensivo, y le preguntó con una sonrisa si lo había apuntado todo la segunda vez. Helena se relajó y le respondió en un tono mucho más amistoso y cordial de lo que era habitual en ella. Tenía el presentimiento de que acabarían siendo amigos, pues sin duda habría muchas ocasiones para hablar con él siendo ella el contacto entre los dos hombres. —Es una lástima que tu oficina esté aquí —le dijo sin pensar. —O que la oficina del príncipe no esté aquí —respondió él al instante. —No veo que sea ninguna tragedia —intervino Daniel con voz gélida. Helena reprimió un suspiro y le ofreció a Ryan una sonrisa de disculpa. —Sigue enfadado conmigo por no haber prestado atención. —No le gusta que hablen de él como si no estuviera presente —declaró Daniel, hablando deliberadamente en tercera persona. —Mis disculpas —dijo Ryan. Parecía tan arrepentido que Helena optó por no decir nada. Unos minutos después, los dos hombres estaban proponiendo ir a cenar y a tomar una copa para celebrar el trato y Ryan le preguntó a Helena si le gustaría acompañarlos. Antes de que ella pudiera responder, Daniel dijo que estaba muy ocupada y que no podía ir con ellos. . . . . . . . . Continuará...