Daniel se removió en el asiento y Helena se mantuvo pegada a él. Era una sensación maravillosa, íntima y cercana. Cerró los ojos y grabó aquellos momentos en su memoria para los largos años de soledad que la aguardaban… Daniel ya había empezado a apartarla de su vida. ¿Cuánto tiempo transcurriría hasta que ella dejara de ser su amiga, y tal vez su secretaria?
Apartó los funestos pensamientos de futuro y se concentró en el delicioso presente que estaba viviendo. Su cabeza apoyada en el pecho de su amado, oyendo sus latidos, embriagándose con su fragancia varonil… Ojalá aquellos instantes pudieran durar para siempre.
Él volvió a moverse y bajó la mano por la espalda de Helena hasta posarse en su cadera, como si allí estuviera su lugar natural.
Pero nada de eso era real. Todo estaba en su cabeza y en su corazón, y si no se movía pronto, iba a encontrarse en una situación muy embarazosa…
Con mucho cuidado, se retiró y volvió a su asiento. Se dio media vuelta y se apoyó contra el frío e in