—¿Crees que con eso voy a desistir de lo que quiero? —se rió el Capo de la Sacra Corona, mirando a sus hombres para que estos también rieran—. Livia es mía. Fuiste tú quien me la quitaste, y por eso pagarás muy alto ese error. No soy tu peón, no te tengo miedo y no voy a ceder a lo que me pides.
Matteo no esperaba que cambiara de opinión; su intención era verlo a la cara mientras se juraba destruirlo por siquiera pensar, por un instante, que podía tocar lo suyo.
—Quiero ver cómo lo intentas. No tienes ni los cojones ni los medios para enfrentarme, y si sigues jodiendo con lo mismo voy a cerrar todas tus rutas hasta que tu puta mafia de mierda caiga pedazo a pedazo. Cuando no seas nadie y solo la mierda que intentas disfrazar, voy a entregarte a mi mujer —disfrutaba llamarla de ese modo frente a su ex prometido, remarcarle que le había quitado algo más que a una mujer: su orgullo, dejándolo humillado delante de toda su gente, por ser tan débil y no poder recuperarla—. Y será ella quien