Livia
No aparté la mirada de él. Pude ver cómo su semblante se fue endureciendo poco a poco, mostrando que no le hacía ni puta gracia que le hablara de esa manera y no pidiera perdón por la acción tan descuidada de la noche anterior. Era un controlador, y sentir que me le estaba saliendo de las manos no le gustaba. Para Matteo Vescari, todos éramos piezas de un juego que él podía mover a su favor y desechar cuando ya no le servían.
—¿Crees que te tendría aquí si solo te viera como una pieza? —se acercó más a mí. No me moví, permanecí quieta con ambas manos a mis costados—. ¿En verdad crees que, si no te considerara valiosa, no te habría regresado con tu padre?
Tomó mi mentón entre sus dedos e inclinó su cabeza para acercarse más a la mía.
—A mí no me importa si quemas la puta casa con todos dentro. No me interesa lo osada que se te considere por lo que hiciste o dijiste. No estoy molesto por eso. ¿Quieres sacar todo lo que te ahoga por dentro? Hazlo. Pero no pongas en riesgo tu vida.